26.11.20

CAPÍTULO X UN ELIPSIS DE TIEMPO

Igual que caen las hojas en invierno al desprenderse del árbol, suave balanceo y dulce aterrizaje, transcurrían los días como semanas en el valle en aquel encierro. Una mezcla entre un detener de tiempo, que a su vez, sucedía rápido, casi sin darse cuenta, pero que vaciaba de color las ramas de los árboles cuando le prestabas atención, y dirigías la mirada con conciencia. Las hojas perennes, a pesar de los fuertes vientos y lluvias torrenciales que acontecían,  resistían aferradas al tallo firmes, pero con alguna que otra rotura.  El gobierno de Extralimitan, con el pretexto de ayudar, había extendido tanto su poda del miedo, que incluso los había que ansiaban su derribo voluntariamente. La Sra. Sapicornia, se frotaba los ojos perpleja ¿hasta dónde serían capaces las bestias de aguantar aquel despropósito, y engaño, que no se sostenía ni con veintidós calzos?  Los más afectados, continuaban siendo los más vetustos, que aislados de toda protección, se les exponía en primera linea de fuego ante un mal disfrazado de fomento con diferentes nombres. En aquel brutal crimen, bestias de bata blanca, de también dudosa reputación, siguieron apoyando cómplices aquel atropello continuando con el cuento, del traje nuevo del emperador. ¿Acaso las bestias se habían olvidado de sus iguales? ¿Importaba más la letra a pagar, del también fraudulento y exagerado precio de la vivienda, más que la muerte de inocentes? y ¿quién nos había metido en esto? Igual, que un carrusel, multitud de preguntas le venían a la Sra. Sapicornia sin respuesta, y esa última, aún, le llamaba más la atención, bifurcándose cuánticamente, en otras miles de preguntas más. Todo era muy relativo. Había que calzarse aquellos zapatos para comprender, y, a la Sra. Sapicornia, pasado el tiempo, y canalizado el odio, le afloró la compasión por el prójimo. Algo que fue de agradecer, pues, sinó, ¿dónde estaría la diferenciaría entre lo no divino? El recuerdo de sus antecesores le inundaba la mente haciéndola trascender. ... Ellos, sus intocables, pasando por aquellos desconsolados tiempos... Oh no, eso no lo hubiese permitido nunca, se decía inmersa. En cierta manera, bendecía su temprana marcha años atrás, libres ya, de esclavitudes ni de muros mundanos que los sometiesen. Grande, y pequeña, de tez rosa, anciana Sra. Emi. Luz roja desde entonces de su sendero.  
Recordandola, valiente y vigorosa. Sonando de fondo siempre en su memoria, en aquella galería de los quehaceres, melodías que tarareaba cual ruiseñor sin fin. Un pensamiento enlaza con otro, y proyecta entonces ese otro rostro, esa otra luz de color azul, juiciosa y familiar. Con un golpe en la mesa que incitaba al silencio y al respeto. Gran vacío y sensación de desamparo quebró con su marcha el respetable Sr. Grego. Sintiéndolo dentro, el corazón de la Sra. Sapicornia nunca volvió a latir de la misma manera. Escondiendo su llanto entre matorrales, la Sra. Sapicornia había aprendido a disimular su pena, y, sin elegirlo, como el que coge sin quererlo el relevo con la palma abierta, ocupó su sitio cual reflejo de él,  pero, realmente ¿ podría alguien estar a su altura, o preparado?
Con toda aquella ética a su espalda, que había esculpido su ser, ¿cómo podría la Sra. Sapicornia mirar hacia otro lado? ¿le resonaría su conciencia, si llegado el día, ella también, decidía cerrar los ojos? 
Con ese peso pasaba sus días...
El gobierno de Extralimitan, respaldado por las bestias ausentes de alma, y de sus medidas de eternas reglas que iban variando según soplaba el viento, en aquella prisión exenta de vallas físicas, una mañana de Julio, levantó el cerco y su obligado retiro para los que habían conseguido aguantar, aquella farsa de ayudas que nunca llegaban para el pueblo, que seguía pagando tributos mientras ellos se enriquecían a su costa. Para la Sra. Sapicornia, el día había llegado. Contemplándose en el espejo nerviosa, notó flojear sus ancas. Aunque, en aquellos meses se había estado preparando para afrontar rechazar, aquellas salpicadas normas, un tanto contradictorias para la salud mental y física del que aceptaba sin remedio.

    -Pero, ¡si es que lo pone en la misma caja, que no sirven para protegerte de la bacteria! ¿en qué estamos pensando? ¡Esto es antinatural en toda su esencia, por no decir intolerable!-  se decía en alto la Sra. Sapicornia, mientras contemplaba la caja  de mascarillas, que ella misma había dejado a conciencia para recordárselo, por si le bajaban la fuerzas. Pasando por delante de la despensa, se paró unos instantes delante del retrato de sus antepasados que colgaba de la puerta. -Es verdad, lo hago por todos vosotros, no es por mi- se volvió a decir en alto. -Nadie debería de tolerar que ancianas bestias paseen con su bastones con un trapo en la cara. No es justo.- 
Armándose del poco valor que conservaba, y con ellos como inspiración, salió la Sra. Sapicornia dispuesta entre comillas, a enfrentar sus principios al mundo laboral. Durante el camino con su eterno bucle mental, al que recurría, en busca de consoladas respuestas, que consolidasen su fuerza a cada paso que daba, se añadía, que  también debía intentarlo, por el aprecio y el respeto que la unía, por los dueños del negocio que le daba de comer. Eran buenas bestias, al fin y al cabo, ellos, no habían puesto esas normas, y sólo, estaban intentando sobrevivir ante aquel desespero.  
A pesar de los privilegios de los que gozó durante aquellos días, la Sra. Sapicornia no fue capaz de superar la angustia del otro. Las normas decían, que si veías bestias algo mareadas, no podías auxiliarlos, no podías liberarlos de aquello que les quitaba el oxígeno. Las normas por nuestro bien, decían, que mirasen las bestias hacia otro lado, prohibiendo la naturaleza de la vida, en aquel absurdo circo del que muchos formaban parte. 
Liberándose de aquella carga que negaba su esencia, y con la vista al cielo sonriendo, ya conocedora de no que no estaba sola, aquella semana de Julio, la Sra. Sapicornia por fin, libre de miedos, se alistó a las listas del desempleo en pro de la verdad.