La Sra. Sapicornia lucia agradable y chistosa esos días.
Pudiera ser, que su naranja melena suavizara sus demonios y continuaba
queriendo mantenerla durante bastante tiempo, si así los ahuyentaba. Aunque los
acontecimientos pasados fueron oscuros y en la gran mayoría difíciles de
remolcar para una Unicornio, parecía estar encontrando el camino de los
fuertes, eligiendo muy bien con quien mostrarse y con quien entretenerse.
Bajo una extraña
niebla de inquietantes percepciones, los sentidos de la Sra. Sapicornia andaban
frescos y contemplaba su evolución como un estudio científico. De sobras sabía que
todos los reflejos que anteriormente había palpado no eran más que eso, simples
proyecciones del triste silencio.
El Sr. Pantera
Rosa había abandonado a su conjugue y todos los días le sonaban las tripas en
busca de comida. La Sra. Sapicornia observaba a su fiel amigo en sus diferentes
aspectos cotidianos admirando, el poco apego que tenía por las cosas. Era de
gran espíritu y no era por falta de sentimientos los que lo convertían en a
veces algo frívolo, simplemente le gustaba vivir.
Las divertidas
anécdotas en las que envolvía a la Sra. Sapicornia eran de agradecer, pues como
si de un mono se tratase, la Sra. Sapicornia avanzaba de liana en liana sin
tocar el suelo participando en la extraña visión que adoptan los lamentados que
quieren resurgir.
Con más
fuerza que nunca se dejaba llevar asfixiando los decepcionantes mensajes que
enviaban sin piedad, partes todavía latentes de aquel sapo que cambió a
Unicornio para progresar.
La luna casi
escondida, recordaba a los presentes que se hacía tarde y el Sr. Pantera Rosa y
la Sra. Sapicornia, ni recordaban donde dejaron su transporte.
Llevamos
rato dando vueltas... ¿puedes reaccionar? le dijo la Sra. Sapicornia a su
querido amigo algo intoxicado de elixir. ¿De verdad no recuerdas donde dejamos
la bici? dijo riendo la Sra Sapicornia a la vez que intentaba obtener alguna
pista de donde la dejaron aparcada.
El Sr. Pantera
Rosa que burlaba las preguntas de su amiga con respuestas sin sentido, señalaba
a la Sra. Sapicornia como acompañante del trayecto y a la vez cómplice de tal
olvido.
Evidentemente
ninguno resolvía el misterio de la gigante bicicleta blanca del Sr. Pantera
Rosa y tras recorrer casi medio valle, dieron con ella como si hubiesen visto
un ángel.
La mágica
bicicleta con piloto automático, transportó a los camaradas a sus lechos a
altas horas, donde exhaustos, cayeron en un profundo sueño.
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